miércoles, 27 de junio de 2012

Votaré por...

Esta será la cuarta ocasión en que participaré como elector y la segunda vez en que se elige al Presidente de la República. A diferencia del 2006 cuando le di mi voto a Felipe Calderón en lo que pudiera llamarse un acto de fe, durante todo el transcurso de las campañas me di a la tarea de estudiar no solo las propuestas de los candidatos, sino el aparato político detrás de ellos, las historias de corrupción de las que ningún partido se salva, sus buenas y malas prácticas, sus campañas mediáticas, las juventudes que los siguen y hasta sus Coordinadores de campaña, los cuales la historia nos dice que siempre han jugado un papel primordial en los gobiernos de los candidatos triunfadores.

Soy honesto cuando digo que a pesar de mi bien conocida desconfianza hacia el PRI y todo lo que representa, intenté dentro de lo posible hacer un análisis objetivo incluyendo la posibilidad (remota, tal vez), de votar por su candidato si consideraba que éste representaría la mejor de las opciones disponibles, muy limitadas por cierto.
La realidad es que el PRI no ha cambiado. El tricolor sigue siendo la representación y origen de todas las mañas políticas tan bien creadas que hasta han sido copiadas por sus contrincantes. Nadie acarrea mejor que el PRI, con sus enormes estructuras y vínculos indiscutibles con las organizaciones obreras y sindicales; en aquellos gobiernos estatales y municipales donde el partido manda, no se repara en utilizar de los recursos públicos para llevar a cabo ilegalmente las tareas electoreras. Nadie se deslinda mejor que el PRI (si acaso su propio candidato), quién defiende lo indefendible hasta que se vuelve obvio que la única opción es hacer como que "yo no sabía nada", como es el caso de los corruptos Gobernadores de Tamaulipas. El PRI es por naturaleza celoso del poder, y estando en el poder hace lo imposible por no perderlo; son rápidos y eficaces en señalar al mal gobierno, pero son muy limitados para reconocer sus propios errores.

Enrique Peña Nieto no muestra ninguna señal de ser distinto al que lo postula, al contrario, es bastante obvia su predilección por las viejas prácticas de la Presidencia Imperial, de aquel PRI cercano a la pompa, el aplauso, la reverencia y la ovación; me causa gran desconfianza el hecho que el candidato abogue por un Congreso a modo que le permita sacar las reformas necesarias en lugar de la negociación entre las fuerzas políticas, razón misma de la existencia de un parlamento. Si necesita de un "Congreso funcional" que de luz verde sin estorbo a sus designios, entonces ¿para qué requerimos su existencia? ¿Cómo podemos confiar en un candidato que los principales medios del país han enaltecido y colocado como un producto de moda desde hace muchos años? ¿Qué nos puede decir de su muy cuestionada administración como Gobernador del Estado de México y de sus vínculos con personajes como su tío Arturo Montiel?
El PRI sigue siendo el partido de la torta, el vaso de plástico y la despensa; es el mismo partido de Beltrones, Mario Ruiz, Hank y Romero Deschamps. El Nuevo PRI es un producto mercadológico que han sabido posicionar exitosamente en un amnésico mercado mexicano. Es por ello que no puedo votar por Enrique Peña Nieto, por representar todo lo que no deseo para México.

Gabriel Quadri es quizá el único candidato presidencial que estuvo eliminado en mis opciones desde un inicio. Tengo que reconocer la preparación del candidato y sus propuestas modernas, muchas de ellas de gran necesidad para el país principalmente en materia energética. En el primer debate Quadri tuvo un notable desempeño y de igual forma en aquel organizado por el movimiento #YoSoy132. Creo que hombres como Quadri deberían estar en un Gabinete Presidencial, pero el partido que lo postula y su innombrable jefa lo descartan para mí. Es por ello que no me detendré en detallar más mi opinión sobre su candidatura.

 Hace seis años no hubiera considerado siquiera votar por López Obrador; el plantón de Reforma, su autoproclamación como "Presidente Legítimo", el intento de boicotear la toma de protesta de Calderón y otras acciones mantuvieron la imagen negativa que solo se desvaneció al seguirlo más de cerca en esta campaña. Hoy creo en la honestidad y sinceridad de AMLO; estoy convencido de su genuino interés en cambiar el rumbo del país. Particularmente me agrada su propuesta de reducir el gasto público y de hecho pienso que ninguno de los candidatos atacaría la corrupción como él. Indiscutiblemente hay personajes de trayectoria y capacidad probada en su gabinete propuesto y ha hecho bien en atenuar su discurso contra la iniciativa privada. Sin embargo su propuesta económica es arcaica, proteccionista y en algunos puntos, populista. En el segundo debate presidencial prácticamente minimizó el papel de la globalización y se limitó a decir que México necesita mejorar su imagen ante el mundo. López Obrador no tiene capacidad de negociación y sería ingenuo pensar que su sola honestidad podría ser suficiente para liberar tantas reformas pendientes y crear cambio tangible. De ganar tendría un Congreso dominado por la oposición y es preocupante el papel que los congresistas de las Izquierdas han ejercido en las Cámaras, incapaces de llegar a acuerdos cuando se necesita.

El caso del diputado perredista Godoy que entró por la puerta trasera para tomar fuero respaldado por sus compañeros y luego huir de la justicia es un acto vergonzoso que hasta donde conozco no ha traído consecuencia alguna para el Partido. No me termina de convencer el discurso de los ricos contra los pobres, de las grandes mafias y de los potentados. Su propuesta de la renovación moral de México como forma de combatir la violencia no me parece una solución con resultados a corto plazo. El reclamo de fraude anticipado fue un gravísimo error para un López Obrador que podría haber pasado del izquierdista radical y rencoroso al líder institucional. Sigo convencido que Marcelo Ebrard pudo marcar la diferencia para la Izquierda en estas elecciones.

Al igual que con AMLO, creo en Josefina Vázquez Mota y en su integridad. Irónicamente, los únicos reclamos hacia la candidata durante la campaña fueron los mismos trapos sucios expuestos durante la interna del PAN por Ernesto Cordero; es decir, ni PRI ni PRD pudieron comprobar algún acto de corrupción de la panista. De los tres, Josefina cuenta con mayor capacidad para el diálogo entre Partidos y así lo demostró durante su desempeño como Coordinadora Parlamentaria del PAN. Para mí, esa sería su mayor virtud.
Tiene a su favor dos administraciones panistas con relativo éxito macroeconómico, con reservas en niveles históricos y un manejo saludable de la deuda, aunque con un crecimiento estancado; y en su contra la fallida estrategia contra el crimen, que parece ser el principal ataque hacia el gobierno de Calderón. Josefina nunca fue la candidata del Gobierno ni de su Partido y así quedó demostrado en una desastrosa campaña que terminó por enterrar su candidatura. Error mayor fue el decir lo que el público quería escuchar según el foro en el que se presentaba. Nos perdíamos entre sus opiniones encontradas, su voz robótica y sus discursos memorizados. Si algo podemos reconocerle a Calderón es que es un excelente orador e improvisador, características de las que carece Vázquez Mota. Tampoco pudo explicarnos el por qué durante doce años el PAN se vio imposibilitado para erradicar por completo la corrupción del aparato heredado por el PRI que parece nunca se fue. El PAN ha hecho suyas algunas viejísimas prácticas priistas y poco quedó de aquel partido que fue siempre un opositor ejemplar. El spot en el que se manipula una parte del discurso de AMLO para dar un sentido negativo a sus palabras fue vergonzoso. Un partido que nació como oposición a la intolerancia, el autoritarismo y la mentira no puede darse el lujo de caer en tales bajezas.

Antes de tomar la decisión de mi voto, consideré múltiples opciones. El voto nulo lo descarté al considerarlo el desperdicio de unas de las pocas oportunidades que los ciudadanos tenemos para manifestarnos en nuestra débil democracia. La opción del voto útil también fue eliminada porque no valdría la pena votar por un candidato con el único propósito de evitar que otro llegue.

Es por ello que en esta ocasión he decidido dar mi voto para la Presidencia de la República a Josefina Vázquez Mota, basándome en tres motivos principales: sus propuestas son las que más se acercan a lo que en lo personal creo que México necesita, es la candidata que posee la mayor capacidad para el diálogo con las diferentes fuerzas políticas y porque es de las tres opciones es la que menos relación ha tenido con el pasado autoritario y populista, con lo peor de la clase política mexicana.

Para Senador de la República votaré por Cristina Sada Salinas, candidata del Movimiento Progresista (PRD-PT-MC), por la razón de que no tiene vínculos con lo peor de la partidocracia neolonesa y por pertenecer a una familia que siempre se ha caracterizado por el bien social. Mi voto para Diputados Federal y Local será para el PAN.

Reitero mi desprecio hacia la partidocracia; reitero mi creencia de que la corrupción se ha apoderado de todos los partidos y que incluso me gustaría ver desaparecidos a las pequeñas franquicias políticas como el PVEM o el PANAL. Pero tampoco es válido no votar, porque solo el que vota y participa tiene derecho a exigir.

miércoles, 23 de mayo de 2012

La otra cultura mexicana

¿Quién no ha presumido la cultura Mexicana con amigos y conocidos de otros países? ¿Quién no ha sentido un hormigueo en la piel al escuchar a todo volumen el Himno Nacional en algún evento internacional? ¿Cuántas veces no dicho o escuchado que “los gringos no tienen nuestra cultura” o “no hay bandera más hermosa que la mexicana” o “como la comida mexicana no hay dos”? Nos autocalificamos de unidos, entrones, patriotas, altruistas y un sinfín de adjetivos que no dudo compartamos los habitantes de éste tan incomprendido país.
Los que hemos tenido oportunidad de viajar a otros países no perdemos oportunidad de convertirnos en embajadores y contar a todo el que quiera escucharnos sobre la grandeza de México y su historia, su música, sus ancestrales tradiciones. “Para tacos, los de México” una frase que parece imposible no escuchar cada vez que un mexicano entra en la famosa franquicia norteamericana de comida mexicana.
La participación de México en eventos deportivos es siempre motivo de unión y orgullo. Cientos de personas portando orgullosos la camiseta de la Selección Mexicana de Futbol, bares y restaurantes a reventar, gritos, llantos, el “Viva México cabrones” retumbando de esquina a esquina y “Cielito Lindo” se convierte al unísono en el cántico de una nación que pareciera adherirse solamente cuando el futuro de la Patria está en las piernas de un futbolista.
Y sin embargo, hay otra cultura que a veces quisiéramos olvidar y no menos antigua que la gastronomía o la música. Por siglos, el mexicano ha cargado con el estigma de la corrupción, el desinterés, el miedo, el fracaso, la apatía y muchas otras características que explican en gran parte el actual caos nacional.
Por generaciones hemos sido víctimas y victimarios de un sistema cultural cuyas máximas podrían ser “el que pega primero pega dos veces” o la tan conocida “el que no transa, no avanza”. La corrupción no es el hilo negro descubierto en nuestra generación; ya desde los primerísimos tiempos de nuestro país, la vida nacional se regía por influencias, compadrazgo y amiguismo. Mi muy célebre pariente, el regiomontano Fray Servando Teresa de Mier ya en 1823 solicitaba que se “apoyara” a su no tan afortunado hermano don Vicente para que se le otorgara un puesto en la Sacristía de Saltillo. Cabe señalar que ese puesto solicitado era ocupado por un cura que vivía ¡en Puebla! Sí. El padrecito desde Puebla cobraba rentas por un trabajo que imaginariamente realizaba a mil kilómetros de distancia. Dos siglos después las cosas no han cambiado, por lo menos para bien, y es muy difícil encontrar un político de cualquier nivel cuyo círculo cercano no se haya visto beneficiado por las influencias del cargo público.
Aquí la pregunta es, si alguno de nosotros estuviera en esa posición, donde parece tan fácil utilizar el poder y prestigio para ayudar a los cercanos, ¿qué haríamos?
Todos los días nos quejamos de nuestros políticos de dudosa moral y calidad y olvidamos casi siempre que esos políticos emergen de la misma sociedad de la que nosotros somos parte. Es esa sociedad la que enseña al mexicano a burlar la autoridad y evitar una multa de Tránsito y en el peor de los casos, sobornar al agente, quien también deshonestamente dejará de cumplir con su responsabilidad. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a alguien ufanarse del escape de la sanción por medio de la corrupción? Este ejemplo se repite en oficinas de gobierno, en pequeños y grandes negocios, en escuelas. Buscamos la forma de realizar rápidamente un trámite, encontramos mil ingeniosas formas para copiar en un examen. Si éste se reprueba, se hallará la manera de negociarlo con el maestro.
De esa misma sociedad son parte los que tiran basura en la calle, muchas veces desde la ventanilla de los coches o autobuses y la autoridad que se hace de la vista gorda ante lo que en otros países se considera un delito con su multa correspondiente. Envenenamos día a día el país que tanto decimos amar y llenamos sus calles, parques y centros históricos de montones de recipientes vacíos, pañales, envolturas de alimentos, papeles y cualquier otro deshecho imaginable. Empresas que contaminan los ríos y el aire protegidas bajo una ley que no se cumple, cobijadas por burdas instituciones como la franquicia familiar llamada Partido Verde.
¿Quién podría declararse inocente de la deficiente cultura vial? Los que conducimos nos apropiamos de la calle como si los peatones no existieran; aceleramos, cambiamos de carril entre gritos, groserías y poco sutiles recordatorios a la santa madre de nuestro vecino de coche. “¡Muévete!” “¡No tengo todo el día!” “¡Tenías que ser vieja!” Nos pasamos de listos, usamos atajos e intentamos ganar ventaja de cada metro y si alguien se atreve a usar la luz direccional será suficiente motivo para no dejarlo pasar por tal agravio. Y si los conductores no se apiadan de los que transitan por otro miedo, los peatones olvidan la existencia de los puentes y las paradas autorizadas de autobuses. “¿Para qué le camino hasta allá?” “¡Me cruzo con cuidado!” “¡Se tiene que parar como quiera!” “Que el autobús me baje aquí, aunque no sea parada, es que no quiero caminar”.  En resumen, una sociedad que no está preparada para seguir las reglas.
Con orgullo celebramos cada año el inicio de la guerra de Independencia, el fin de la desigualdad y el inicio de la Patria de la que todos somos hijos. Y paradójicamente en esa Patria aun se escuchan las voces que no cesan en nombrar peyorativamente a los “indios” y “negros” como sinónimos de ignorancia, atraso y mal gusto. Y sucede lo mismo con las escuelas públicas y privadas, los coches, la ropa, los amigos, los lugares de esparcimiento. En México no necesitas ser multimillonario para aspirar al elitismo. Estos síntomas se presentan incluso en bajos niveles socioeconómicos, donde siempre se buscará ser el “uno más que tú”.
No hay que confundir esta opinión. Los rasgos culturales mencionados no pueden generalizarse. Conozco gente íntegra, incorruptible y sigo conociendo más todos los días. Estoy seguro que es posible romper con esas cadenas que nos han atado a la mediocridad por tantos siglos. Pero esto no lo lograremos ignorando que la sociedad debe crear políticos honestos y no al revés.
Amo a mi país, amo lo más hermoso de su cultura y no me hubiera gustado nacer en ningún otro lugar. Por eso estoy seguro que los mexicanos no necesitamos otro México, sino México necesita otros mexicanos.

martes, 27 de marzo de 2012

Las juventudes partidistas

Hace un par de semanas, entablé una discusión con un amigo cuya obsesión por uno de los candidatos presidenciales me parecía excesiva. Le cuestioné que la mayoría de sus comentarios iban destinados a denostar a los competidores de su candidato y lo reté con dos simples preguntas: que me dijera cinco razones coherentes para votar por éste y que me expusiera lo que sabía de la historia de ese partido. Si lograba convencerme, me comprometía a darle mi voto. Ahí terminó el debate.
En las tres elecciones presidenciales que me ha tocado vivir, por lo menos, con conciencia política, ésta es la primera vez que la juventud se muestra tan interesada (y polarizada), debido quizá al rápido crecimiento que las redes sociales han tenido en nuestro país en los últimos años. Es frecuente toparnos en Facebook o Twitter con hordas de seguidores de nuestros flamantes candidatos, casados con un proyecto político que aún ni siquiera es dado a conocer. Son esas las juventudes partidistas, las nuevas generaciones de jóvenes que parecen creer todavía que la solución a las calamidades nacionales se encuentra en uno u otro partido político.
La mayoría de estos jóvenes probablemente no milita en los partidos y sin embargo afirman con certeza que “el suyo” es el bueno, el único capaz de tomar el timón en tiempos donde el país pareciera no tener rumbo. Jóvenes que desconocen la historia de esas instituciones y de México, los usos y costumbres de cada partido, sus estatutos e ideario, sus buenas y sobre todo malas prácticas. Comparten datos y estadísticas de dudosa procedencia y credibilidad, insultan y denigran al contrario, publicitan a su candidato mencionando los errores del de enfrente, teniendo como máxima que el suyo es “el menor peor”.
Así aparecen las juventudes priistas, ignorantes voluntaria o involuntariamente del pasado antidemocrático e ineficiente de siete décadas de presidencialismo imperial, como acertadamente lo llamó Enrique Krauze. No se toman el tiempo de debatir sobre los gobernadores corruptos y derrochadores, de los acarreos y compra de votos, de la siniestra alianza con la franquicia familiar llamada Partido Verde y la siempre preocupante presencia de la maestra Gordillo. Este sector toma como bandera la crisis del Panismo en dos sexenios fallidos en lugar de presumir méritos propios.
Le siguen las juventudes panistas, recios defensores del actual gobierno y de las políticas presidenciales que a todas luces han fracasado, por lo menos en lo que se refiere a demoler el antiguo sistema de corrupción heredado por los tricolores. Éstos utilizan la estrategia del miedo, intentando maquillar que el PAN ha hecho suyas las viejas prácticas que atacó desde su fundación. Estas mismas juventudes, que durante el proceso interno se vieron divididas entre su candidato favorito; ellos mismos se encargaron de sacar a luz los trapos sucios que hoy no se pueden ocultar.
Por último, las juventudes perredistas cuentan solamente con la ventaja de que su partido no ha pasado nunca por Los Pinos y sin embargo, como los dos anteriores se ven frecuentemente imposibilitados para debatir sobre los ya por todos conocidos eventos de clara corrupción de algunos de sus miembros, que incluso se encuentran hoy como candidatos al Congreso. Quieren olvidar (y hacer olvidar) el comportamiento de su otra vez candidato después de las elecciones de 2006.
Las juventudes partidistas  (que sin pertenecer a ningún partido) son utilizadas para realizar la guerra sucia que legalmente está prohibida para ellos. Idolatran a su candidato, lo elevan al pedestal, lo santifican y le entregan su confianza. Su candidato no se equivoca, la información en su contra es seguramente tendenciosa, sus palabras son siempre ciertas y sinceras. La infalibilidad Papal en su máxima expresión. Los partidos sonríen ante la juventud que sigue al pie de la letra su agenda.
No dudo que la fe y esperanza que nuestros jóvenes colocan en su candidato sea genuina. Sin embargo preocupa que como sociedad aún no hemos sido capaces de convertirnos en ciudadanos de ideología independiente, que si bien naturalmente podemos tener coincidencias con la filosofía de alguna de las instituciones políticas, deberíamos tener siempre presente que nuestro deber como electores no afiliados consiste en la exigencia del cumplimiento de nuestras leyes y de las tan cantadas promesas que los partidos de todos colores nos ofrecen a cada oportunidad a cambio del voto.
México ya no necesita seguidores fieles de partidos, ya hemos sufrido de la partidocracia por casi un siglo. Los tres principales partidos gobiernan el país, ya sea desde la Presidencia, las Gubernaturas, Alcaldías y los Congresos. Ninguno se salva de la responsabilidad del caos actual.
Recordar que no somos miembros de la clase política sino ciudadanos. No somos los empleados, sino el patrón. Si no dejamos de ver el panorama nacional desde los ojos de un partido, no seremos competentes para demandar reformas de urgente necesidad, candidaturas independientes, reelección de legisladores y revocación de mandatos. En resumen, no podremos deshacernos del imperio del poder de un grupo al cual no pertenecemos, aunque creamos pertenecer.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Preguntas a Carlos Loret

Carlos,

Después de leer tu poco afortunada columna en "El Universal" titulada, "Guerra Sucia contra Peña Nieto", quisiera escribirte unas cuantas líneas y debatir algunos de tus argumentos que han causado revuelo el día de hoy en las redes sociales.   Primero, déjame decirte que nunca he sido "fan" del tipo de comunicación con la que manejas tus editoriales, tu noticiero y demás participaciones en televisión, particularmente estas últimas. Hay una monumental diferencia entre ser un periodista arrebatado, "sin pelos en la lengua" y el ser un personaje caricaturizado, arrogante, prepotente y sangrón, características con las que tú te identificas totalmente.  
Volviendo al tema de tu editorial, me llama la atención que menciones que la pifia de intervención de Peña Nieto en la FIL "desató una actividad electoral en los medios de comunicación no regulados por el Instituto Federal Electoral, que exhibe la marca de la campaña en curso". Y luego agregas "...es claro que las redes sociales e internet en general se han convertido en campo fértil para lo que de 'dientes para afuera' dicen todos los partidos y candidatos que quieren evitar: la 'guerra sucia' política..."  
Ahora te quiero preguntar: ¿Con qué peso moral pudieras cuestionar la manifestación de CIUDADANOS en las redes sociales, como reacción a un evento relacionado con una figura pública y candidato presidencial?. Si no recuerdo mal, la empresa televisora para la que tu trabajas y que te vende como el más revolucionario comunicador de la historia, se ha dedicado durante todo el presente sexenio a promocionar, publicitar, anunciar y posicionar a un candidato, desde que éste se desempeñaba como Gobernador del Estado de México, so pretexto de comunicar los "logros" de su gobierno estatal. Eso, mi estimado Carlos, sí es violentar la Ley Electoral, en un medio que, como tu bien dices, sí está regulado por el IFE.   Pero más sorprendente aún es que te refieras a la gran cantidad de videos en YouTube con relación al tema Peña Nieto y cuestiones que el IFE  no investigue "para determinar si alguien está invirtiendo dinero en el medio de comunicación con el objetivo de promover contenidos políticos...". ¿Un complot, dices? Ahora resulta, que los malvados están financiando una campaña, comprando las conciencias de los ciudadanos para hacer videos, tuitear y comentar en contra de cierto candidato. ¡Por favor, Carlos! Si no hay un vídeo tuyo en la cabaña es nada más porque Dios es muy grande y nada más te agarraron saliendo de ahí.  
La verdad ya no me queda muy claro cuál es el verdadero significado de "guerra sucia". La que Televisa ha manejado contra López Obrador por años, ¿qué es?. Y eso que nunca he sido partidario de ese señor, pero si a justicia vamos pues hablemos con franqueza.  Porque según tu criterio, si algún candidato presidencial o a cualquier otro puesto de elección popular "la riega", el ciudadano no tiene derecho de comentar lo ocurrido porque incurrimos en violación a la Ley Electoral. Entonces, ¿quién determina cuando sí y cuando no es guerra sucia? ¿El IFE?, ¿los candidatos? ¿Televisa? ¿Tú?. Te agradecería me refirieras a una fuente confiable acerca del significado de éste término. Si hablo de la deuda millonaria de Moreira, de la corrupción de Mario Marín y Ulises Ruiz, de los alcaldes caciques y violadores de Puebla; si hablo de Atenco, de la sucesión familiar en Coahuila, ¿es guerra sucia?.  
Tu artículo lo rematas con el "Prole-gate" y argumentando que "me parece una bajeza inaceptable que rebasa de nuevo cualquier frontera ética el atacar a una menor de edad e incluirla...en la campaña política". Sí, estás en lo correcto cuando dices que Paulina Peña no es, ni mayor de edad, ni  la candidata presidencial; sin embargo, el comentario clasista que desafortunadamente reenvió la convierte en partícipe del escrutinio público, por tratarse de quién es y a quién se refiere. Y si no debía darse importancia al comentario de una adolescente como si se tratara de cualquier alumna de preparatoria, ¿por qué su cuenta fue cancelada de inmediato para volver con una disculpa obviamente fabricada por los asesores de campaña? Y también te pregunto, ¿qué hubieras comentado en tu columna y noticiero, si el clasista en cuestión hubiera sido algún hijo de AMLO o una de las hijas de Josefina Vázquez Mota? Ni me digas, yo ya lo sé.  
Rematas con una referencia a que internet es "Territorio Comanche" y te olvidas que la libertad de expresión que a nosotros nos permite opinar libremente, criticar y cuestionar a cualquier individuo que pretenda ganarse un voto para vivir de nuestros impuestos, es la misma que a ti te autoriza a hablar tonterías en televisión, a hacer entrevistas groseras y a escribir columnas como ésta, en la que tal pareciera que el financiado eres tú y no los usuarios de las redes sociales. Pero no todo fue malo hoy, Carlos. Fuiste TT Mundial. Lástima que las veces que tienes esa distinción no sea por el profesionalismo de tu periodismo.    

jueves, 17 de noviembre de 2011

La Revolución de Fantasía y el País que se perdió

Dicen que los que ganan la guerra escriben la historia, y en un país como el nuestro, donde no existen los matices, donde convertimos a los personajes en héroes y villanos, la historia no solo ha sido contada por los vencedores desde la trinchera oficial, sino que nuestro sistema se ha encargado de divinizar y satanizar de forma novelesca a quien han considerado conveniente.
Erase una vez un país hundido en la pobreza, el atraso social y económico, la desigualdad y despotismo, víctima de la crueldad sin límites de un anciano y testarudo dictador. Un día, un hombre justo llega del cielo, destrona al dictador, reparte tierras e igualdad entre todos los pobres y la gente vivió feliz para siempre. Suena bien, ¿no?
Palabras más o menos, esa es la historia de la Revolución de 1910 que seguramente conoce la mayoría de los mexicanos; tristemente, la realidad fue y es muy distinta.
Por más de un siglo, los logros del Porfiriato han sido olvidados en los textos oficiales; se ha omitido voluntariamente que el México que el General Díaz dejó en 1911 no tenía nada que ver con aquella primitiva nación de 1876, aún vista con recelo y desdén por los ojos europeos, que consideraban bárbaros a los mexicanos desde la ejecución de Maximiliano en un juicio simulado.
Díaz puso a México en el mapa mundial y lo encarriló hacia su desarrollo, el cual se vería interrumpido por la guerra civil. Se le acusa de bloquear la democracia, y aunque muchos fueron sus errores sin duda, ¿sería ese el más grave? ¿Hubiera sido preferible continuar con las imparables luchas por el poder, iniciadas con la misma Independencia? ¿Estaba México listo para la democracia? ¿Lo está ahora?
Con la Revolución, México no sólo no ganó la democracia, sino que se inició una dictadura aún más prolongada y con funestos acontecimientos a lo largo de sus diferentes gobiernos. Se crearon dos partidos, malos remedos de aquellos liberales y conservadores, cuya política sigue padeciendo el país.
México no ganó igualdad, y la prueba es que los aliados de Madero no tardaron en volverse contra él, ante la falta de firmeza para el cumplimiento de las promesas.
Hoy, 101 años después, nuestra nación no encuentra el rumbo. México es hoy un país en el que la violencia se combate con más violencia, donde la sangre se esconde con más sangre; en el México de hoy, los herederos de aquella Revolución de Fantasía se reparten el poder, llegan unos y se van otros, pero nunca se desprenden de lo que creen es suyo. Líderes mesiánicos con tintes populistas surgen de entre las cenizas y la sangre de un pueblo que sufre un yugo mayor del que supuestamente fue liberado; y el pueblo, con todo  el hartazgo que cien años de democracia disfrazada le provocan, sigue esperando cada seis años la llegada de aquél nuevo héroe que los lleve al bienestar. Así de contradictorio es el mexicano, que desdeñando a su "dictador" y último gran Presidente que sigue enterrado en suelo extranjero, desea con ansias cada sexenio que un todopoderoso le resuelva la existencia.
El 20 de noviembre de 1910, México se perdió y hoy, nos corresponde preguntarnos qué hemos hecho para encaminarlo de nuevo.